Pobre de mí, que soy el avista-miento de la perdición. Pobre de mí que paso la eternidad transportando almas en mi barca de la muerte. No debería de molestarme mi trabajo. Es más, debería motivarme ya que es lo que se me ha encargado. Más las almas que los ángeles cuidan siguen viniendo, con rostros pálidos y aspecto lívido, a mí.
En el trayecto no hablan mucho, pero suelen contarme lo que les hizo expirar, sin muchos detalles, pero suficiente.
Me di cuenta del dolor de las almas al morir, cuando aquel día, un niño narró su desgracia con cara de pena y desánimo. Nunca había sentido curiosidad por ninguna cosa que ocurriese en ninguna de las orillas. Me limitaba a hacer mi trabajo, ignorante.
Pero aquel niño hizo que por primera vez, girase la cabeza para mirar ambas orillas.¿Cómo tan solo un lago puede separar algo tan diferente e importante a la vez?
Ya hemos llegado.
El niño bajó de la barca y desapareció en la oscuridad de la orilla izquierda.
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ResponderEliminarMe gusta muchísimo el léxico que empleas, pero avistamiento es una única palabra
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